En la edición del pasado domingo 26 de abril del diario El Mercurio, Loreto Cox y Harald Beyer afirmaron que es momento de tolerar un riesgo de renuncia a la privacidad. A modo de respuesta a dicha columna y con el ánimo de explicar la existencia de una falsa dicotomía entre derechos fundamentales y protección a la vida de las personas, quisiéramos aportar algunos conceptos para reflexiones más informadas.
La humanidad se encuentra en un momento en que el procesamiento de datos sobre comportamiento y salud, tiene un enorme potencial, tanto de beneficio como de daño, como cualquier tecnología.
Es factible hacer uso de estos datos para fomentar el incremento de distancia física de manera personalizada sin afectar derechos fundamentales, respetando consentimiento, aminorando necesidad de cuarentenas generales y sin generar alto riesgo de segundos usos de la información, por dos razones.
La primera es simple: nadie quiere enfermar ni contagiar a sus cercanos. Por ello podríamos estar dispuestos a aportar voluntariamente señales a través de la tecnología disponible. Sin embargo, dichas señales deben ser necesarias para la finalidad y proporcionales a la afectación de nuestras libertades.
La otra razón es técnica: gracias a posibilidades de anonimización y control granular de datos que la tecnología pone a disposición de usuarios e instituciones. A menudo, para cada solución que parece condicionada a un tratamiento amplio de datos personales o sensibles, hay otra solución que cumple cabalmente la finalidad sin requerir tal nivel de riesgo.
Un buen ejemplo: la notificación de exposición en base a señales Bluetooth
Esta técnica novedosa utiliza Bluetooth (no GPS) para que cada persona informe, de manera segura y anónima, si está afectada por COViD19, y que otra persona, si ha estado cerca, tome medidas de aislamiento y se someta a exámenes.
A esto se le ha llamado rastreo de contactos (OMS) o notificación de exposición (Apple & Google, y es una versión electrónica de un proceso conocido en el ámbito de la salud epidemiológica. La versión en base a Bluetooth tiene la ventaja, a diferencia de lo sugerido en la columna de Beyer y Cox de no necesitar que el sistema revele la identidad de infectados. El sistema solo necesita avisar que se ha estado cerca, no requiere al estado o contratistas “acceder a información tan privada” ni expone la identidad de personas afectados frente a otras, eliminando posibilidad de discriminación. Este es el camino correcto.
Además, Cox y Beyer afirman que “en la vieja Europa, tan celosa de la privacidad de sus ciudadanos, hay ánimo de mover la frontera”, cuando ha sido precisamente al revés: la UE ha trabajado este tema vía un consorcio llamado PEPP-PT, donde una de esas P representa Privacidad, una consideración primaria. Europa está adoptando este esquema, con algunos países escogiendo la implementación de Apple & Google mientras otros han optado por la versión europea, ligeramente más centralizada.
China no es todo oriente:
Por otro lado, generalizar al continente asiático y omitir condiciones especiales de Corea del Sur, Hong Kong, Japón y Singapur es un error común. Estos países han mostrado contención de “la curva” gracias a factores que no son autoritarismo ni vigilancia, como: alto nivel de competencias en ciencias básicas entre habitantes, preparación debido a brotes epidémicos recientes, buen acceso a información pública, uso habitual de mascarillas y sistemas de salud universal.
Australia como demostración:
También es pertinente atender al éxito de la “app” australiana, descargada por millones en sus primeras horas, basada en Bluetooth y que va acompañada de una directiva prohibiendo que los datos resultantes salgan del país o que la policía o la Justicia puedan acceder a ellos. Esto contrasta significativamente con la política de privacidad de la “CoronApp” chilena, que en sus términos y condiciones permite que los datos estén guardados hasta por 15 años y pasen a manos de terceros. El éxito de la app australiana CovidSafe versus la tibia reacción a la app chilena demuestra que cuando se comunica bien la finalidad y se resguarda bien la privacidad los usuarios estamos dispuestos a usar la tecnología para protegernos y proteger, sin necesidad de que se nos vigile u obligue.
El petróleo del siglo XXI: los segundos usos de los datos
Hoy está en riesgo la seguridad y libertad de las personas e incluso de países completos. No perdamos de vista el gigantesco valor comercial, político y estratégico por segundos usos de estos datos y la consecuente presión para que entreguemos de manera amplia identidades, ubicaciones y vínculos a Estados o “grandes compañías de tecnologías” (citando la columna).
No es momento para tolerar “renuncias a la privacidad”. Es hora de consultar con expertos y entender todo lo que se puede hacer sin renunciar a los principios, valores y derechos fundamentales de las sociedades democráticas.
Directorio Fundación Datos Protegidos
Jessica Matus Arenas
Patricia Peña Miranda
Danny Rayman Labrín
Ignacio Rodríguez de Rementería