Durante estas semanas hemos sabido de tres vídeos filtrados con casos de pornografía no consentida, casos altamente comentados en la televisión, las redes sociales y la sociedad en general. Sin embargo, seguimos sin hacernos la pregunta primordial ¿por qué consumimos este tipo de material? ¿por qué lo difundimos o buscamos su origen? El imaginario androcéntrico que prevalece en el mundo, específicamente en occidente, promueve la violencia mediática hacia personas que han sido vulneradas en sus derechos, como es en este caso, del derecho a la privacidad y a vivir una sexualidad libre.
Esto ya ha sido analizado por teóricos humanistas y sociales, quienes han ido estableciendo nexos entre la tecnología como dispositivo de poder, en conjunto con el imaginario social presente en la actualidad. La pornografía no consentida y el cuerpo desnudo y expuesto en la intimidad que no es para consumo masivo, se transforman entonces en uno solo, provocando el morbo de una sociedad capitalista acostumbrada a consumir y devorar sin control. La incapacidad de controlar nuestra propia imagen en la era de Internet, es más grande que nunca. “El sujeto real se vuelve su simulacro y se convierte en su propio fantasma virtual, infinitamente multiplicado, actuando entre nosotros, con la vida “real”, sustituyendo, incluso, a la realidad”, señala Eva Navarro en “Ante la imagen de los demás: pornografía de la muerte y producción cultural en el contexto digital” (2013).
La pornografía de la industria ya no nos satisface. Como lo decía Guy Debord en La Sociedad del Espectáculo, el porno, la inmediatez y la moral se confabulan para elaborar un discurso lapidario contra las mujeres que se salgan del canon laborioso, pulcro, virginal y dedicado a la familia. Debord, habla que la insatisfacción misma se ha convertido en una mercancía, donde la abundancia económica y finalmente, el capitalismo, se ha extendido. Esta insatisfacción puede ser reconocida y llevada también a planos como la sexualidad, donde la moralidad impuesta en la familia y la religión, reconocidas instituciones que funcionan como dispositivos de poder, finalmente han perpetuado el consumo de una sexualidad estereotipada y reprimida, exacerbada por el porno, por un lado, donde ya no existe impacto posible ni imaginación capaz, y por otro lado la sexualidad real, de nuestras relaciones, muchas veces reprimida, condenada e influenciada.
Internet, entonces, como herramienta tecnológica disponible en la soledad de una habitación o interconectada con millones de seres en todo el mundo, supone un ejército de personas dispuestas a comentar, criticar, humillar e incluso exponer a personas víctimas de divulgación de pornografía no consentida. Donde las mujeres que desean vivir plenamente su sexualidad son cuestionadas y sancionadas moralmente, incluso luego de tener fatídicos desenlaces provocados por la misma sociedad que las reprime y juzga. En el caso de los hombres expuestos, se insinúan bromas acerca de su desempeño, o se resaltan supuestas virtudes como la hidalguía o la fiereza, si es homosexual, las burlas vendrán por su salida del canon, configurando un solo tipo de masculinidad y de macho.
¿Por qué le aterra a la sociedad mediática una sexualidad fuera de sus convenciones morales? ¿Por qué se lanza a juzgar luego de saciar sus deseos vouyeristas? Este doble estándar apreciado en la sociedad del espectáculo es el mismo que marca el cinismo y la vergüenza en la exposición de noticias relacionadas a estos casos. Analizar los comentarios expuestos en las divulgaciones de estos videos, me lleva a visibilizar y notar nuevamente los estereotipos de género que siguen vigentes en Chile, y en el mundo, propios de una cultura androcéntrica y patriarcal.