No tengo nada que ocultar: La falacia de la privacidad

por | Sep 15, 2015

Me he asombrado de las críticas al actuar de las organizaciones activistas, entre estas la nuestra, las que nos oponemos a la vigilancia masiva que ha sido dispuesta por dos municipalidades del sector oriente de Santiago. Respecto a ello, además de insultos y otras cosas graciosas, como reducir esta pelea a los de izquierda y derecha, a Pinochet y Bachelet, y otros argumentos insólitos, me asombra el sentir generalizado en cuanto a que la vigilancia le molesta a quienes tienen “algo” que ocultar.

Justamente porque nada hemos hecho es que no queremos ser perturbados en nuestro espacio íntimo […] el simple parecer discrecional del funcionario debe ceder frente al ejercicio libre de perturbaciones de nuestros derechos. No temer nada es, a fin de cuentas, no tener que aceptar restricciones a nuestros derechos que carecen de justificación[1].

Justamente, ciudadanos controlados y vigilados es lo que no queremos para nuestra sociedad. Ponderar de qué forma podemos lograr vivir en barrios seguros, en donde las actividades de todos puedan realizarse sin el ojo de la autoridad vigilando o del delincuente acechando, es una tarea difícil para las autoridades y para todos. Lo más fácil es hacerlo mediante algo que nos han convencido que no importa y es gratis: que se sepa todo de sobre nosotros.

“No me importan las cámaras porque yo no tengo nada que ocultar” o “el que nada hace nada teme”Si pensamos que la justificación de esa intromisión es la seguridad pública, y que debemos ceder en lo privado es “porque no hemos hecho nada malo”, deberíamos entonces concluir que la privacidad solo existe para quienes tienen algo que esconder, asumiendo algo negativo, y que por tanto la privacidad solo importaría “a los malos”.

Entonces, a todos aquellos “buenos y honestos”, que no les importa una cámara invadiendo su espacio privado, su balcón, su patio, la puerta de su casa, la ventana de su dormitorio o el de sus hijos, asumen que ganan en seguridad, y que “creen” que toda la  información captada será usada a su favor, tratada con lealtad y licitud.

Creen que la protección frente a los delincuentes (de ellos mismos, los grabados pues el sistema no discrimina) es gratis, que no se paga costo alguno por ser protegido. Pero ¿saben qué? Se paga y muy caro.

Hemos sido manipulados de tal forma que nos han hecho creer que la privacidad es incompatible con muchas cosas, una de ellas es vivir en un lugar seguro.

Aunque no lo crean, esas mismas personas “que no tienen nada que ocultar” necesitan su espacio privado, para ser completamente libres y ser las personas que quieran ser, poder educar a sus hijos, hacer vida de familia o de pareja. No necesitar la privacidad o prescindir de ella, no depende de su contenido, y su control no debe predominar sobre la libertad de las personas.

Muy bien, yo cedo mi libertad, porque es mía y acepto este sistema de vigilancia sobre mi ventana. No puedo convencerte de lo contrario, sin embargo, detente en aquello que estás dispuesto a ceder, porque te han hecho creer que tus datos no valen nada: tus hábitos, tu identidad a través de tu imagen, las imágenes de tus hijos, tu trayecto de todos los días a casa, no valen.

El centro de Santiago, está lleno de cámaras. Sí, pero yo no suelo realizar actividades privadas en el paseo Ahumada, como tomar sol, compartir con amigos o jugar con mi perro. Además esas cámaras apuntan a un espacio definido, netamente público y no a balcones, patios u otros espacios privados.

Justamente, ciudadanos controlados y vigilados es lo que no queremos para nuestra sociedad. Ponderar de qué forma podemos lograr  vivir en barrios seguros, en donde las actividades de todos puedan realizarse sin el ojo de la autoridad vigilando o del delincuente acechando, es una tarea difícil para las autoridades y para todos. Lo más fácil es hacerlo mediante algo que nos han convencido que no importa y es gratis: que se sepa todo de sobre nosotros.

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