A propósito del Congreso del Futuro 2017 en Chile, y el panel “Datos, ¿patrimonio universal?”, en que una vez más nos explican el alto valor que tienen los datos en esta nueva era digital, llamó mi atención lo señalado por Peter Waher, el matemático de Estocolmo, acerca de la propiedad de los datos. Comienza, eso sí, sobre la base que la privacidad es un derecho humano, sin discusión y cómo aquella ha transitado hacia la vida en lo virtual. Todo bien hasta que comenta «la privacidad no es sinónimo de propiedad, tenemos que preguntarnos quién es el dueño de la información que comunicamos». Entonces, comienza la búsqueda por el dueño, de sus cosas, de sus datos.
Si el dueño de algo no tiene el control de sus cosas, si no las ha visto por 50 años ¿puede decir que son de su propiedad? Por supuesto que sí, pienso. El experto se niega: que los dueños de los datos deben demostrar que lo son de esa información y que, finalmente, de este paradigma entre la protección de los datos, la privacidad y la propiedad, surge lo que en EEUU ocurre hace ya tanto: la transacción económica (mediante) para acceder a la información de las personas (¡claro!, lo restringido siempre tendrá un valor.
El caso es que esta discusión existe desde hace años, un derecho fundamental o un reconocimiento al derecho a la propiedad sobre los datos, dependiendo del lado del Atlántico en que se encuentre la persona –del hemisferio norte, claro está-. En efecto, la Unión Europea posee altos estándares en materia de tratamiento de datos de las personas desde la primera perspectiva, a diferencia de la falta de norma general en EEUU y su concepción privatista.
En Chile, estamos desde 2008 estirando la discusión por mejorar una ley que poco resguarda los derechos de las personas respecto de sus datos e información; y por tanto, a años luz de pensar en dar un salto en materia de privacidad y propiedad de los datos personales en el sentido expresado por Waher.
Entonces, cuando escucho a Peter, y a Jaime Moreno (doctor en ciencias de la computación de la Universidad de California), que los datos son el nuevo recurso natural –y en el entendido que ambos se refieren tanto a datos públicos como privados-, me invade la indignación. Con todo, los avances tecnológicos –computación cognitiva, inteligencia artificial, Internet de las cosas-, los riesgos a los que nos exponemos todos, las buenas intenciones en democratizar los espacios de discusión, particularmente científica, de un congreso de esta magnitud, ¿cómo es posible que ni uno de los expositores de este panel se haya referido a la ética tecnológica, con minimización de datos, a la anonimización, al cuidado de un derecho fundamental?
Si se pretende hablar de los datos como patrimonio universal, existen implicancias éticas por parte de las empresas para el uso del Big Data. Por qué, se preguntará: por la posible invasión a su intimidad.
Acá dejo 4 casos en los que el Big Data pasó de útil a escalofriante: http://elpais.com/elpais/2015/08/11/icon/1439304143_858615.html